lunes, 15 de noviembre de 2010


Duele la palma de mi mano,
suda mi piel su linaje.
Olor a látigo,
no a sangre,
a fustigo 
sobre esa roca,
en siglos, aposenta y serena,
me extravía 
al antes secular,
y me lleva 
al todo,
al pasado,
de genes,
el dolor.

Vista desnuda
indeleble
quebrada
donde ese mar
ya no es mar
donde esa huella palmar
de vida extensa
ya no es vida.

Son solo
inmediatos pasados
orgánicos
que penumbran
moribundos bajo
la única reflexión que cabe
en este momento
donde el mar 
ya no es mar:
¿de donde viniste 
piel negra?,
Enjambre de pieles negras
sin nación.
De una bodega sin mar?
De una multitud de dolores negros?
en una madera hambrienta
O te parió un mascarón de ébano?
el talle de un blanco?
en carnes engrilletadas.

Carnes descarnadas
en gritos de dialectos.
Muchos dialectos gritan que
cazados no entendían,
no conocían...
se entregaban.
Su mujer era tribal
y no de lino vestida
para su mercé.

Que la vida era bozal,
era yoruba
el destino
y no de peregrino dolor.

Negro prende velas, 
negra ceba a su señó,
negro ¡ arro-ró a tu negro!
duerme su carne.

Duerme tu dialecto sin mar,
muere sin entender
puñal, pólvora, cadena, bodega
de un mar que ya no es mar:
es la línea de mi abuela
en este dolor palmar.

duele mi pasado
duele mi destino
bajo aquel mismo látigo
que me cazó descendiente
en esa línea en mi mano
y me aposentará en la roca
para pensar
que rema la vida
esa oscura bodega y 
que el mar 
ya no es mar.

Gabriel Benavente



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